Hay formas de hacer cine que no nacen en una oficina ni se escriben con fórmulas de
mercado, hay otras formas, otros caminos diferentes, más humanos que germinan en
la tierra donde habitamos, en las palabras compartidas al calor de una comida, en la
complicidad de una toma robada al atardecer, el cine que me interesa nace ahí: en él
territorio, en la colectividad, en la confianza.
Desde 2018 formo parte del Clúster Audiovisual Aguascalientes, un espacio donde
hacer cine significa mucho más que encender una cámara, significa formar
comunidad, significa mirar con otros ojos el oficio y entender que el cine también
puede (y debe) ser un acto de cuidado, de escucha, de resistencia, debe de ser un
lugar seguro.
En 2019 conocí el FIRA (Festival Internacional de Realización Audiovisual) aquí en
Aguascalientes y desde entonces algo se transformó en mí, lo que ahí se vive no es un
festival como los otros, no existen alfombras rojas ni concursos, es algo más valioso:
un tiempo y un espacio para crear en común, para desaprender la lógica del “yo” y
abrazar el “nosotros”. En solo 13 días, más de seis largometrajes cobran vida, la
verdadera hazaña no está en la cantidad, sino en la manera, todo se construye desde
la colaboración, la horizontalidad, la confianza radical. Cada quien aporta lo que
sabe, lo que conoce y aprende, cruzamos acentos, culturas, compartimos silencios y dialogos, dormimos poco, hablamos mucho, y en medio del caos organizado aparece
algo mágico: el cine como vínculo, como tejido vivo.
En el corazón del FIRA y de la Red Internacional de Clústeres Audiovisuales hay una
convicción profunda: los saberes no son propiedad privada, pues son flujos, sé
heredan, se prestan, se regalan, se comparten, se cuidan y se devuelven. Por eso, una
de las experiencias más significativas ha sido compartir este camino con uno o una
de mis estudiantes Elsa Vanessa Rodríguez Villagómez de 3er cuatrimestre de la
carrera de Diseño Digital e Innovación de Productos, quien fue elegida mediante un
concurso de fotografía en el que ella ganó con un gran talento detrás de su lente. No
como un acto materialista, si no como un gesto horizontal: caminar juntos, crear
juntos, equivocarnos juntos, porque enseñar no es solo decir qué hacer, sino invitar a
mirar de otra forma, abrir la puerta, sostener el espacio para que alguien más florezca
en su propia voz. Llevar a uno de mis alumnos o alumnas al FIRA que se realizará en
Tandil, Argentina, es también un acto de fe: creer que el conocimiento se construye
mejor entre pares, entre generaciones que se acompañan, que se interpelan y sé
transforman mutuamente.
El cine que nace en estos territorios no busca aplausos ni trending topics, busca
sentido, busca comunidad, busca sanar. En cada FIRA, más allá de los planos y los encuadres, lo que realmente queda son los afectos tejidos, las redes construidas, los
abrazos tras una jornada agotadora y lo que permanece es la certeza de que sí es
posible hacer cine sin repetir las lógicas del poder, que sí es posible contar nuestras
historias desde dentro, sin permiso, sin pedir disculpas, porque cuando el cine sé
hace en colectivo, se vuelve un acto político sin confrontar, una forma de defender la
ternura en un mundo hostil, una apuesta por otras formas de vivir, narrar y habitar él
mundo, ser parte del Clúster y del FIRA es pertenecer a una red internacional que no
solo produce películas, si no que construye futuros, un porvenir donde el audiovisual,
lo cinematográfico no sea privilegio de unos pocos, sino un derecho, una
herramienta, una posibilidad de transformación real.
En esta red el cine no es industria; es territorio, es cuerpo, es vínculo, y eso, hoy más
que nunca, es urgente y necesario.
Por: Neto Ruvalcaba